Stalingrado(v.2) by Antony Beevor

Stalingrado(v.2) by Antony Beevor

Author:Antony Beevor
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-02-15T23:00:00+00:00


14 — «¡Todo para el frente!»

El plan para la operación Urano, la gran contraofensiva soviética contra el VI ejército, tuvo una gestación insólitamente larga, si uno considera la desastrosa impaciencia de Stalin del anterior invierno. Pero esta vez su deseo de venganza contribuyó a controlar su impetuosidad.

La idea original se remontaba al sábado 12 de septiembre, el día en que Paulus se encontró con Hitler en Vinnitsa, y en el que Zhukov fue llamado al Kremlin después de los fallidos ataques contra el flanco norte de Paulus. Vasilevski, el jefe del estado mayor general, estaba también presente. Allí, en el despacho de Stalin, rodeado por los retratos recién colgados de Alexandr Suvorov, el azote de los turcos en el siglo XVIII, y el de Mijail Kutuzov, el empecinado adversario de Napoleón, se le hizo explicar a Zhukov otra vez qué había ido mal. Él se concentró en el hecho de que los tres ejércitos con menos fuerza combativa enviados al ataque habían carecido de artillería y tanques.

Stalin exigió saber los que era necesario. Zhukov replicó que deberían conseguir otro ejército con la fuerza combativa, apoyado por un cuerpo de tanques, tres brigadas blindadas y al menos 400 obuses, todo respaldado por un ejército de aviación. Vasilevski estuvo de acuerdo. Stalin no dijo nada. Alzó el mapa marcado con las reservas de la Stavka y comenzó a estudiarlo solo. Zhukov y Vasilevski se retiraron a un rincón del salón. Murmuraron entre sí, hablando del problema. Coincidían en que debía encontrarse otra solución.

Stalin poseía un oído más agudo del que ellos pensaban. «¿Y qué —dijo— significa “otra” solución?». Los dos generales se sorprendieron. «Vayan al estado mayor general —les dijo— y reflexionen con mucho cuidado qué debe hacerse efectivamente en el área de Stalingrado».

Zhukov y Vasilevski regresaron la noche siguiente. Stalin no perdió el tiempo. Para su sorpresa recibió a los dos generales con un apretón de manos formal.

—Bueno, ¿qué traen ustedes? —preguntó—. ¿Quién hace el informe?

—Cualquiera —replicó Vasilevski—. Somos de la misma opinión.

Los dos generales habían pasado el día en la Stavka, estudiando las posibilidades y la proyectada creación de los nuevos ejércitos y cuerpos blindados para los meses siguientes. Cuanto más miraban el mapa del saliente alemán, con los dos flancos vulnerables, más se convencían de que la única solución digna de considerar era una que «variara la situación estratégica en el sur de modo decisivo». La ciudad de Stalingrado, sostenía Zhukov, debería ser defendida con una batalla de desgaste, con sólo las tropas suficientes para mantener viva la defensa. No debían desperdiciarse formaciones en contraataques menores, a no ser que fueran absolutamente necesarios para impedir al enemigo que tomara todo el margen occidental del Volga. Entonces, mientras los alemanes se centraban enteramente en capturar la ciudad, la Stavka reuniría secretamente nuevos ejércitos detrás de las líneas para un gran cerco, utilizando profundas acometidas más allá de la punta del vértice.

Stalin mostró primero poco entusiasmo. Temía que pudieran perder Stalingrado y sufrir un nuevo golpe humillante, a no ser que hicieran algo enseguida.



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